martes, 20 de julio de 2010

Más independencia, menos gritos

Hoy el país se levantó con el alboroto propio de quien festeja su cumpleaños o se ha tragado una tonelada de aire para hinchar airosamente su pecho y con ese mismo aire recorrer las calles de su ciudad. “Nos independizamos hace 200 años” -dicen por ahí-, “¿esto no es por lo de la operación jaque?” -otros aciertan a decir-, “aquí esperando que empiece el concierto” –los más animosos-. Y claro! Es que celebramos que ya nos llamamos como queríamos: COLOMBIA; que podemos decidir para donde encaminarnos y hasta nos inventamos nuestras propias leyes. Celebramos que ya no vivimos en la casa del rey y sus deseos dejaron de ser órdenes.

Sin embargo, poco a poco se me fue desinflando el pecho cuando veo que ciertamente esta independencia que gritamos hace 200 años nos sigue costando muchas vidas que soñaron un sentido de la independencia para todos (incluidos los de ruana) y para todas y eso nos incluye. Y ya me quedé sin aire, con tantos honores a la guerra sin ver que las revoluciones más profundas no han atravesado carne humana, han usado más bien preguntas para atravesar cada prejuicio que encuentran a su paso.

Me gustaría caminar o correr (pero no marchar) orgullosa cuando encuentre que podamos ser felices con nuestro nombre de mujer, de indígena, de negra, campesina. Cuando nos sintamos únicas dueñas de nuestros cuerpos. Cuando vivamos en casas que no naveguen con la lluvia. Cuando dejemos de elegir reyes y tengamos un espacio para las ideas diferentes, como dice Emily Dickinson para “atrevernos a vivir en voz alta” sin necesidad de gritar, sin que nadie nos grite.

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